Las estéticas corpóreas no piden permiso ni gustan a todos, nacen y viven en la periferia, en la exclusión; en los márgenes para soñar en voz alta las utopías, las memorias dolorosas de país, otras formas de existencia donde caben la justicia y la libertad. No respetan los academicismos ni los cánones de la cultura elitista, son vigorosas porque surgen de tensiones sociales, del gueto, del parche, de la agresión callejera, del exceso. Son estéticas de fragmentos, de múltiples escenas (rap, break dance, grafitti, DJ), de cortes, de saltos, de vértigo, de velocidad, de repetición, de vibración con adrenalina, de éxtasis, de letanías con fondo de acción colectiva y pública, de fuerza instintiva, de improvisación, de desafíos tribales, de fluidez libre sin artificios, de surfing, de territorios abiertos y en disputa, de retóricas relajadas, informales, de apariencias singulares donde el desorden conlleva esperanza.